Lidia Barugel

Críticas y Comentarios

«ContraPalabra», travesía de la palabra-disparo al pájaro vivo de la tarde

MERY SANANES | Asombra como Lidia atrapa la palabra que hiere, hasta desaparecerla entre sus pliegues, sin saber quien acabó con quién. Si la palabra con ella o ella haciendo de la palabra todo menos un abecedario.

Y la palabra rompió en pedazos | el aire de la tarde 

Conozco bien esa palabra-estilete que, con precisión de cirujano, puede abrir boquetes en las pieles más amuralladas. La que deshace todo encantamiento y trueca la vida por un dardo sin mesura. La que le roba el rubor a la pupila y viste de silencio los cantos de la noche.

Conozco bien esa palabra-estilete que, con precisión de cirujano, puede abrir boquetes en las pieles más amuralladas. La que deshace todo encantamiento y trueca la vida por un dardo sin mesura. La que le roba el rubor a la pupila y viste de silencio los cantos de la noche. 

A Lidia Barugel no la conocía más allá de la evocación que hizo el amigo común René Rodríguez Soriano de su obra Otilia Umaga, la mulata de Martinica (2009), en la edición de mediaIsla del sábado 19 de junio del 2010.Y a él debo este nuevo y fructífero contacto que agradezco y cultivo. 

Más que suficiente material para crear expectativas, para querer adentrarse en ese universo de palabras, ardides y movimientos, gestionando la vida, desde los ángulos del barro, el color o la leche, en dirección a un decir que, como la arcilla, edifique recipientes para dar de beber. 

Y tal vez por eso me ha sorprendido tanto el libro (Lidia Barugel, ContraPalabra. Buenos Aires, Gran Aldea Editores, 2010), que recién hace travesía desde el sur hasta la atarraya de un mar que no cesa, si es que así puede llamarse esa llamarada, ese dibujo que se deshoja mientras la palabra, vuelta contrapalabra, se vierte sobre la nada, aún siendo el todo. 

Las letras se enredan en la cabellera que Lidia esculpe, señalando la dirección de la grieta, el espacio preciso de la bala y el camino hacia la quietud de aquello a lo que le ha sido arrebatado hasta el viento, que juega a columpiar lo que el sílice de la piedra quiebra sin recato ni misericordia. 

Y la palabra le pegó en el pecho | con el estampido certero de un disparo

Asombra como Lidia atrapa la palabra que hiere, hasta desaparecerla entre sus pliegues, sin saber quien acabó con quién. Si la palabra con ella o ella haciendo de la palabra todo menos un abecedario. La imagen se incrusta en el disparo y es ella la que le da la medida del agujero abierto en el centro del pecho, como si fuese un hoyo para sembrarle nidos de pájaros en el corazón. 

Y sin embargo Lidia tiene las claves y el misterio, las herramientas y las manos, las que moldean, las que dibujan, las que trabajan la leche hasta convertirla en cuajo y en paladar. Y con tantos escudos ¿cómo pudo esa palabra herirla de una muerte que no le pertenece, porque la ha sobrevivido ya tantas veces? 

Una palabra con filo, | brutal como un disparo, | dura como un bala

Lo que conmueve es la sobriedad, lo certero de la palabra cántaro que no puede contener la palabra disparo-piedra, capaz de romper en pedazos el aire de la tarde, y el centro mismo que anida la memoria.

Una palabra trueno, palabra con filo, capaz de acabar con todas las palabras que construyeron el recuerdo que se anidó en ese mismo pecho que ahora tiene un estilete entre sus diminutas costillas de pájaro, allí donde había hecho nido la congoja. 

Una sola palabra. Y no supo esquivarla. 

Y si se quebró la memoria y se deshizo la congoja hasta convertirla en un cisne herido, inclinado en el camino, para atrapar la palabra que dejó la herida ¿dejará de ser una amenaza helada, bajo el sol ardiente del camino, si en su trayecto de estocada, su agravio de vidrio, su travesía de astilla se convierte en pájaro vivo agitándose adentro? 

La sostuvo en la palma de la mano, | incrédula, perpleja 

Del costillar del pájaro nació un nuevo ser alado que descendió hasta donde siempre había anidado la nostalgia, aún palabra, hasta coserse con alambre a su piel, y volverla un pájaro muerto, con su pequeño esqueleto hecho pedazos. Y dice Lidia que quedó perpleja y muda, desabrigada, atónita en el camino, de pie, sola y muda para siempre. 

Una palabra tirana y cubierta de borrasca | salvaje y fría adentro de su boca 

Y sin embargo es su contrapalabra la que vence la mudez y la soledad, la que rescata la nostalgia, la memoria y la congoja, la que abre y cierra el expediente con el movimiento de las alas de un pájaro, palabra sobre palabra, piedra sobre piedra. 

Tendida en vertical se yergue por encima de los alfabetos que fabrican palabras como si fueran balas y reconstruye con su mano de ceramista y escultora un decir que hace el recorrido de ese disparo invisible, capaz de quebrar el costillar de la memoria y el recinto de la nostalgia, sin que nadie lo advierta. Como quien recoge la herida para amolar la piedra, reconstruir el pecho y la memoria, sin otra arma que una contrapalabra que se hace advertencia. 

Y sintió un dolor punzante en las costillas, | un pájaro vivo agitándose adentro 

Quien recorra sus andamios, habrá conocido para siempre el filo exacto de la palabra que hiere, y tal vez en su interior amordazado y deshabitado de florerías, comprenda alguna vez que la palabra fue hecha para alzar vuelo como los pájaros, para ser guijarro en el río, suspiro y caricia en el viento. Nombre de la ternura de la que fuimos hechos y que hemos sustituido por la palabra muerte. Por eso el vuelo de la cabellera de fuego es la dura travesía de la palabra-disparo al pájaro vivo de la tarde. 

Y tragó con un coraje exhausto |esa piedra dura que poco antes había roto | en dos pedazos el aire quieto de la tarde 

Porque mientras haya una contrapalabra que se dore al negro sol del silencio, que haga girar la dirección de la bala, que entre sus pequeñas costillas de pájaro grabe la sonoridad de la memoria, que haya cisnes que se traguen las palabras que hieren y las devuelvan al agua convertidas en tormentas de peces, sobrevivirá la ternura del hombre. Y de su boca comenzarán a brotar alas, de sus manos vasijas para contener el amor y de sus párpados, abiertos como lunas, emergerán cantos, hasta que el aire inquebrantable de la tarde recomience su ronda musical sobre la vida. | MERY SANANES, escritora venezolana, autora de Tiempo de guerra, 1974, Reflexión sobre una y otra historia, 1997.-

 

Publicado en: 
MediaIsla.net

 


Otilia Umaga, la mulata de Martinica, yegua de agua, sublime...

RENÉ RODRÍGUEZ SORIANO | Un libro envolvente, mágico transparente y evocador, cosido de reflejos y señales, tan relámpagos, tan luz que, luego de su lectura, ningún lector indudablemente vuelve a ser el mismo.

Ésta no es la historia de Erick al fin y al cabo | que a los treinta años ya no era marinero | y vendía arenques noruegos en su tienda de Fort Liberté | mientras la esposa de Erick madam Suquí | rezaba a Legbá y a Ogún por su hombre blanco | rezaba en la catedral por su hombre rubio. Tomás Hernández Franco, Yelidá

Lidia Barugel se vale de la magia y del encantamiento para colgarnos de un lienzo a través del cual, con trazos insinuantes y casi invisibles, desmadeja semejanzas y desemejanzas en las vidas de mujeres tan parecidas y disímiles como la luz de cada día.

Otilia Umaga, la mulata de Martinica (Nuevohacer, 2009), deviene en algo así como una historia de guiños y esguinces, de amagar y no dar, de aludir y elidir, deslindando vastos territorios entre lo real maravilloso y lo real deseado; un viaje fascinante del mar y la sangre, del mismo centro del Caribe a Senegal, mezclando razas, deidades y linajes; lecturas, vadeos, aproximaciones, conjunciones y vaivenes: Borges, Carpentier, Hernández Franco y Las mil y una noches, entre cientos y cientos de espejos que nos miran y, sin fisuras, nos devuelven una imagen tan autónoma y capaz de introducirnos en otras cientos y cientos de historias que a su vez generarían otras cientos y cientos de infinitas lecturas.

Es una trama espejeante, llena de luces y matices claros, definidos: África, el Caribe, España, Francia, Bélgica y los cielos tensos de Van Gogh. La historia de Erik, su descascarada bicicleta, su grapa y su sed tan ancha y tan redonda como sus apetecidas y lentamente degustadas bolas de queso de cabra.

La historia del capitán Francis Guillot y su trasiego de esclavos hacia los algodonares del Caribe; su nave, su montura, sus monturas y la misma sed frente al espejo cóncavo con marco de madera dorada a la hoja, con cuatro colibríes tallados en cada ángulo, el mismo que pauta el principio y el final de esta historia de historias.

Otilia Umaga, la mulata de Martinica, como el mar de ríos que desembocan en Las mil y una noches, está escrita en clave de afluencias, embocaduras y desembocaduras. Vidas que confluyen, se entrecruzan y luego viran a seguir sus propias sendas.

Erik, como Scherezade, sabe que mientras más prolongue el final de su accidentado relato de la llegada del espejo a La Estrella de África en Nambasha, un pueblo perdido de Senegal, más se alongará la espera, la ilusión, el deseo de coronar su sueño.

Mara, sin embargo, con un celular sin baterías y un bolso casi lleno de ausencias y de olvido, vino de Brasil tras los pasos perdidos de sus progenitores, de sus raíces; sin ambición alguna de convertirse en redentora de la mestiza negritud del otro lado del mar. Venía podrida del cansancio, tal vez urgida por la luz o por el casi afónico rugir de los tambores, a lavarse por dentro y a encontrarse con su yo que, desde aquellos revueltos días de los baños del internado, se debatía en los difusos catecismos con los que la reconvenía y amonestaba Sor Tierna Ambrosía. Y nos lo cuenta mientras escucha y casi quiere hacer que Eric culmine de una vez y le narre hasta el final:

Ella le contaba de los candomblés y de las ofrendas floridas a Iemanjá en las playas del mar de Bahía, y Erik de los bellísimos jardines de Ámsterdam ocultos entre casas angostas y redes y canales. Ella le describía a media voz qué eran las macumbas blancas, los Orixás y los rituales de iniciación en los terreiros; él hablaba de los cielos tensos de Van Gogh y de sus manos que volaban como pájaros sobre la tela... Pág. 19

Entonces, de la manga o del sombrero de copas, Erick saca a Blanca Conjetura, la sevillana que, a cambio de una abultada dote, adquiere el capitán Guillot para blanquear su indeseable zarandeo de negros de África a las islas. Y toda una nueva ría de sumisión y misoginia, en un terreno pantanoso donde la fusta del capitán es ley y constitución que se propaga y se defiende a horca y cuchillo. Y Mara escucha, apura de la grapa que generosamente Erik le escanciaba, convencido de que avivar su curiosidad era retenerla.

Nítido, esa misma es la estrategia que, con muy buenos réditos, ocupa Lidia Barugel: dosificar espacio, tiempo, recursos y laberintos; conducirnos por la pista, con toda la cadencia y galanteo con los que se pasean los oficiantes de una rica bomba, plena o carabiné, urgidos y ansiosos, hasta final de la pieza: vacilarnos, coronarnos. Como si dijéramos: llegar a Pensacola, después de conducir de sur a norte y de este a oeste toda la franja ancha del estrecho y largo territorio de Florida.

Fue justo en ese momento en que el hastío ya lo estaba por quebrar en dos mitades, cuando la le vida le cruzó por delante a Otilia Umaga, la joven mulata oriunda de Martinica. Pág. 80

Y Otilia (hija de blanca y moreno), como la Yelidá  de Hernández Franco(hija de blanco y morena), deshojada a sí y a no/ por éxtasis de blanco y frenesí de negro, conturba y re-menea la polvorienta monotonía de Nambasha y sus alrededores; sitia y conturba las agujas de los relojes y las brújulas de la tierra de sus ancestros paternos, y hace que le nazcan nuevos bríos al capitán Guillot quien, para entonces, ya no era diestro al montar a su fiel Matamoros ni a la ya indócil Blanca Conjetura. En realidad, antes de la aparición de Otilia Umaga, Blanca había estallado en matices:

La ignorancia es atrevida y cava su propia tumba, capitán Guillot. Pág. 56

Y hay una fusión de sangres, territorios y nociones. Y aparece Justina, tan blanca y anodina como un manto que vela e insinúa el presentido rotito que mencionara Barthes cuando, precisamente, hablaba del placer y sus velados desvelos.

Otilia Umaga, la mulata de Martinica (Premio Juan Rulfo 2008), con su cuidada e insinuante prosa es una excusa, un bajel a toda vela por las ardidas aguas de la sed y la pasión, a todo sol y a toda luz, a través del cual, Lidia Barugel -también autora del libro de relatos Amores de vidrio (Nuevohacer, 2007)-, hábilmente logra sumergirnos dentro de las sensaciones y matices que nadan y se esconden bajo la subyacente calma que late más abajo, en lo profundo, donde se presienten y casi ni se sienten las olas ni el deseo de los peces:

Ven, acércate para que te monte, Matamoros, mulata de mi vida, ven a darme de beber, Otilia Umaga, mi alma, padrillo, yegua de agua... Pág. 113

...y el agua y los espejos y el Caribe y el eterno retorno a una tierra amplia y luminosa, donde los seres y las cosas se confunden y se funden en un abrazo de ensoñación y paz, nos convoca y congrega frente a un libro envolvente, mágico transparente y evocador, cosido de reflejos y señales, tan relámpagos, tan luz que, luego de su lectura, ningún lector indudablemente vuelve a ser el mismo.


LA GACETA Literaria

CRITICAS DE LIBROS
Hombres, espejos, mujeres, un edén y algún purgatorio

OTILIA UMAGA, LA MULATA DE MARTINICA - LIDIA BARUGEL -
(Grupo Editor Latinoamericano - Buenos Aires)
Efecto sincretista para un gran relato.

Miles de cuentos y novelas tratan sobre los espejos. Escribir sobre ellos es un desafío a la originalidad. Otilia Umaga, la mulata de Martinica -novela breve ganadora del Premio Juan Rulfo 2008- amerita plenamente, por su sutil sensualidad y por la atmósfera lograda, esa distinción. 
Una brasileña y un holandés dueño de una posada de Senegal protagonizan un encuentro especial. Sobre este trasfondo contarán su historia. Pero será un espejo revelador el que a través de su trashumante devenir, nos muestre a otra pareja protagonista de la novela en un tiempo lejano: un belga traficante de esclavos -casado con una española de Sevilla- y una mulata de Martinica, quien aparece tarde pero con participación decisiva. Con narrativa tan exótica como atrayente, la autora nos conduce a una mezcla de edén y de purgatorio. El tratamiento de las pasiones y conductas humanas en un clima tórrido y sensual, coexiste con la frescura y la originalidad de su prosa. Sobre el final se acentúan las  características del realismo mágico -tan caro a Juan Rulfo- en un encuentro especular inesperado y fascinante. La ruptura de los planos temporales, la natural narración de hechos no convencionales o fantásticos así como  la minuciosa descripción de personajes y elementos en el plano real, conviven eclécticamente con elementos míticos afroamericanos, apariciones, y religiosas católicas. Pero es la prosa detallista y erótica de Barugel la que sumerge al lector en esa escenografía con ritmo de tambores senegaleses y temperamentos fuertes, logrando un efecto sincretista en esta sorprendente novela.

LA GACETA

© LA GACETA
Horacio Semeraro ~~



"Otilia Umaga parece un libro adentro de otro, con las inclusiones infinitas de dos espejos enfrentados. Es justamente un espejo el protagonista final de esta novela, un espejo que encuentra a las dos mujeres que han despertado amores fatales en distintos puntos del tiempo. Dos historias de amor desgarrantes que se entrecruzan de un forma extrañísima".

Revista Alba. Abril 2009. Paris. ~~


 

"Otilia Umaga, la Mulata de Martinica, la novela de Barugel, de gran fuerza evocadora y coloridos personajes, sumerge al lector en una atmósfera de exotismo. La obra desarrolla una terrible confrontación de costumbres atávicas de dominación y transgresión entre ambos sexos y en diferentes temporalidades..."

Comentario de el Jurado del Premio de 
Novela Corta Juan Rulfo 2008.
http://www.lanacion.com.ar



Viajes en el espejo, Entrevista a Lidia Barugel. Por Guille Bravo

El escritor egipcio que firmaba bajo el seudónimo Ra sitúa en el desierto, doscientos años antes del nacimiento de Jesucristo, a una tribu que ve a través de un pedazo de metal construcciones y objetos indescifrables: Se trataba de la misteriosa ciudad de Nueva York, en el 2008. El mismo encuentro a través del tiempo, aunque más intimo, se da en Otilia Umaga, la novela ganadora del último premio Juan Rulfo de Radio Francia InternacionalOtilia Umaga parece un libro adentro de otro, con las inclusiones infinitas de dos espejos enfrentados. Es justamente un espejo el protagonista final de esta novela, mejor dicho el espejo, que encuentra a las dos mujeres que han despertado amores fatales en distintos puntos del tiempo. Su autora, la argentina Lidia Barugel, que es además escultora y antropóloga, definió el texto premiado como "dos historias de amor desgarrantes, en diferentes épocas, pero que se entrecruzan de una manera extrañísima".

¿Por qué decidió situar su novela en África?África siempre me interesó. Viajé a ese continente por primera vez cuando tenia 19, sola y a dedo.Desde entonces he vuelto muchas veces y tengo muchos amigos allá. En ese primer viaje iba a Europa y Senegal, Dakar, era una parada obligatoria en aquel entonces. No llegué nunca a Roma, me quedé en Senegal. Fascinada.

¿Qué la atrapó de Senegal?

África es lo idéntico a uno pero ajeno. Lo inmediato pero extraño. En realidad se descubre otra faceta de uno mismo. Lo que en antropología llaman "ajenidad". Descubrir algo tan diferente. Descubrí los mitos, lo prohibido y permitido, lo tabuado, el asombro detrás de todo eso. Y claro que cuanto más lejos de casa, más ajeno, pensando en "casa" como el refugio, lo propio, lo conocido, sin peligro. África es enorme y misteriosa, bellísima.

Hablando de ese juego de ser uno y otro, en la novela está el espejo.

Sí, el espejo es ya otro, la cita de Borges, al comienzo de la novela, lo dice todo: Nos acecha el cristal/si entre las cuatro paredes de la alcoba hay un espejo / ya no estoy solo. Hay otro.

También en los personajes hay un juego de espejos. Otilia Umaga es débil y poderosa. La otra protagonista, Mara, también.

¿Su poder es la sensualidad?

La sensualidad es el arma ante la dominación ancestral a la mujer. Las mujeres de esta novela descubren que tienen un poder y lo utilizan. La madre de Otilia escapa con un negro. Otilia es rebelde pero se entrega, Mara en cambio no se entrega jamás y va a buscar lo absolutamente prohibido, el tabú.

Otilia Umaga es una novela de mujeres, los pocos hombres que aparecen son débiles y torpes. La autora dice que le cuesta dibujar personajes hombres porque "uno escribe desde lo que conoce"

Lidia Barugel pasa de la mesa de escultura a su Mac blanca, saltando de un arte a otra.

¿Se influencian estos trabajos?

Siento que son dos cosas completamente diferentes. Con la escultura no creo personajes, aunque mi obra es figurativa. Tuve por ejemplo una época en que juntaba nidos de verdad que caían después de las tormentas, los pasaba a cera para bronce y después hacia una muñequita en bronce acurrucada adentro del nido, una figurita delicadísima. Pero esas figuras, del tamaño de la palma de la mano, no estaban vivas, al menos no como Mara o como Otilia

¿Cómo nacen estos seres vivos?

No lo sé exactamente, siento que se me aparecen en Buenos Aires, en cada calle, mi familia me dice que parezco alucinada y que no atiendo la realidad, es un estado delicioso. Asi fue con Otilia, donde todo es erotismo y desenfreno, no en la que escribo ahora.

¿Cómo es ahora?

Una experiencia dolorosa. Escribo una novela que trata sobre una muchacha, Serena, hija de desaparecidos, nace en la ESMA y es adoptada por una familia que son sus apropiadores en realidad, es un personaje entrañable, sucede en Montevideo. Ya he ido varias veces, a sentarme en la rambla, a imaginarla allá, y la veo, muchas veces regreso tristísima.

La dictadura argentina sigue surgiendo como tema literario, parece aun muy vivo.

Mucho, pero no me meto en realidad en el tema de la dictadura, sino en su época, y en esta chica que crece sin nombre y sin origen, ella lo percibe así.

En Otilia hay una mujer que pierde hasta su lengua materna por su esposo: Blanca conjetura.

Esa es la entrega máxima. Blanca Conjetura se entrega completamente, nacida en una España en la que una niña no vale lo que cincuenta varones, como dice el libro.

Su novela trata también sobre dominaciones.

Sí. Y África fue un continente dominado, recordemos Sudáfrica, el apartheid, ¿cómo no situar una historia de dominaciones allí, entonces?

Y los hombres de esta novela empiezan dominando y terminan por ser dominados.

Terminan dominados por amor. El traficante de esclavos es un hombre terrible al que su pasión loca por la mulata lo convierte en frágil. En cuanto a Erik, tan aventurero, tan poderoso en su destierro, también sucumbe y se convierte en frágil

¿Por qué decidió postularla al Rulfo y no a otro concurso?

Porque para mí no hay concurso que tenga mas prestigio que el Rulfo. Era como algo inalcanzable, y en el momento en que puse los originales en el sobre y la dirección en Francia, me dije: si Otilia pensó que nada era imposible y Mara se metió en aquel espejo sin dudar, yo mando la novela y veamos que sucede. Cuando me dieron la noticia de Radio France International, me mire al espejo redondo del perchero de la puerta de casa y dije: esto no está pasando. Fue genial

Había publicado hasta ahora un libro de cuentos, Amores de vidrio, 2007. Aunque había escrito novelas toda la vida sin publicar.

Dice que los cuentos se le hacen cada vez mas breves, mientras que le cuesta terminar sus novelas. "Por ejemplo-dice- tengo ganas de que a Otilia y a Mara les pasen otras cosas."

Y sin embargo, el libro termina donde debe terminar.

Sí, creo que está terminado. Mara finalmente encuentra a Otilia en el espejo y allá dejo a las dos para siempre.

Revista Alba
París, Francia




 

 
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